Quini - Peña Sportinguista Mieres del Camino

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Quini

Trofeo Tati Vadés - Premiados


TROFEO MEMORIAL TATI VALDÉS
ENTREGA DEL 3º TROFEO A
QUINI

Quini [Enrique Castro]

(Oviedo, 1949-2018) Jugador de fútbol español. Procedía de una familia de deportistas muy ligada al fútbol; su hermano y su padre también fueron jugadores. Desde muy pronto despuntó como delantero dotado de un gran olfato goleador.
En 1968, tras unos años en el Ensidesa, debutó en la primera división con el Sporting de Gijón, donde transcurriría la mayor parte de su vida deportiva.

Su ascenso fue meteórico. En, 1968, el entregador gallego Luis Cid ‘Carriega’ –muerto hace dos semanas- le dio la alternativa en el Sporting con solo 19 años. Procedía del modesto Ensidesa de
Avilés, en el que venía escalando posiciones desde los juveniles. A mitad de temporada, le ofrecieron 25.000 pesetas (unos dos mil euros) y se incorporó para revertir una mala racha del equipo, que por supuesto cambió. En menos de dos años, el joven goleador pasó de los embarrados campos de la Tercera división asturiana a la selección absoluta. Kubala lo hizo debutar en la Romareda frente a Grecia. Sustituyó a Gárate –el mítico ingeniero del Atlético de Madrid- y marcó el gol de la victoria.

A partir de aquel 28 de octubre Quini se convirtió en una estrella. Su carrera sería una sucesión de éxitos que al jugador nunca se le subieron a la cabeza. En Asturias es frecuente oír una frase que demuestra mejor que ninguna otra el carácter humilde del jugador: “Quini es el único que no se da cuenta de quién es Quini”.
Quien mejor ha definido su estilo de juego probablemente haya sido el periodista Melchor Fernández, seguidor atento del Sporting y ex director de La Nueva España. “Primero fue un interior clásico, con velocidad, zancada y manejo de balón”, lo que le permitía llegar al área antes que nadie y sobrepasar a cuantos contrarios se le pusieran por delante. Melchor destaca su “salto poderoso”; quien le haya visto jugar mantendrá en la retina cómo Quini permanece en el aire cuando los defensas y el portero que saltaban con él ya estaban en el suelo. Véase la foto de Puche del remate imposible frente al Rayo Vallecano. El periodista subraya su “valentía” en el remate con la cabeza, que llegaba al balón como un proyectil sin miedo al choque.


El “factor Quini” revolucionó el Sporting, llevando al equipo a vivir las mejores temporadas de su historia. Cinco de las siete ocasiones en las que fue Pichichi fueron con el modesto equipo asturiano, con el que llegó a ser subcampeón de Liga y finalista de Copa. La fiel y con frecuencia demasiado exigente afición del Molinón tuvo la osadía de reprochar a Quini haber fallado ocasiones decisivas; sí, también falló ocasiones a puerta vacía, porque era humano, mucho más humano de lo que se espera de una estrella.

Con 31 años –ya un paisano según diría él mismo- el Barcelona de Núñez le ficha por 80 millones de pesetas. Del 81 al 84 viste de azulgrana y se convierte en el ídolo del fútbol nacional en el momento en que oriundos y extranjeros empiezan a dominar el fútbol español, pero ninguno de ellos le haga sombra. Tal vez los más jóvenes no lo sepan, pero su paso por el Nou Camp explica que Gijón sea hoy una ciudad mayoritariamente barcelonista, lo que acabaron de apuntalar Abelardo, Luis Enrique y Villa, sus herederos.
El 1 de marzo de 1981 fue una fecha crucial en su vida y no por el triplete que le endosó al Hércules de Alicante en el Nou Camp. Volvió a casa tras el partido, puso a grabar el Estudio estadio y salió para ir a buscar al aeropuerto a Nieves, su mujer, y a sus hijos, que habían pasado unos días en Gijón. Cuando abría la puerta de su coche, dos tipos le encañonan, le obligan a meterse en el coche y le encapuchan. Se pierde la pista.
Pasaron los días sin noticias y creía el nerviosismo.
Los secuestradores por fin dan señales de vida. Piden 100
millones de pesetas (600.000 euros). Núñez consigue el dinero y la policía idea un plan. Hacen creer a los secuestradores que han depositado el rescate en un banco en Suiza. Cuando uno de ellos acude a comprobarlo, le detienen. Ya es solo cuestión de tirar del hilo.
La policía le libera 24 días después de ser secuestrado y detiene a los captores. Le habían tenido encerrado en un zulo de nueve metros cuadrados, construido en un sótano de Zaragoza, en el que solo disponía con una colchoneta de plástico y un cubo. La repercusión es enorme, sólo es imaginable si pensamos en que hoy fueran secuestrados Cristiano o Messi.


Se habló incluso de síndrome de Estocolmo, aunque probablemente no fue más que un gesto de generosidad. Quini se empeñó en ser benigno con sus secuestradores. Ni siquiera permitió que se les pidiera una indemnización; fueron condenados a apenas diez años de prisión y cuatro años después ya estaban en libertad condicional.

En su palmarés figuran dos Copas del Rey, una Recopa y una Copa de Liga, además de un Campeonato Continental Amateur. Fue máximo goleador de la liga española en cinco ocasiones: 1974, 1976, 1980, 1981 y 1982 (las tres primeras con el Sporting y las dos últimas con el Barcelona). Como internacional disputó 35 partidos con la selección española y participó en los mundiales de Argentina (1978) y de España (1982) y en la Eurocopa de 1980.
Además de por su habilidad casi sobrenatural como delantero, que le valdría el sobrenombre de "El brujo", Quini es también recordado por el dramático episodio de su secuestro, cuando descollaba como máximo anotador con el club barcelonés. El secuestro precipitó la salida del Barça del octavo goleador de la historia de España. Volvió a Asturias. El Oviedo le ofreció un contrato, pero, como era de esperar, fue el Sporting el equipo en el que jugaría sus últimas tres temporadas. Tras retirarse como jugador, demostró que los negocios no eran lo suyo; se arruinó hasta tal punto que la inmobiliaria a la que había comprado la casa donde vivía le perdonó la deuda a cambio de que hiciera publicidad.
Unió su destino al Sporting y se convirtió en delegado del equipo. En las expediciones por toda España él era la estrella del equipo y quien firmaba la mayor parte de los autógrafos, con
una firma muy característica en la que destacaba una enorme Q. La labor de delegado se convertía casi en la de padres de los yogurines del equipo, del que no se apartó ni en los momentos de mayor crisis.
En el aeropuerto de Asturias, ya en los 90, fui testigo –no tiene mérito porque se repetía cada dos semanas- de una escena que me resultó insólita y que no se me ha borrado nunca. Los chavales del equipo deambulaban cansinos, vestidos con sus uniformes impolutos, mientras Quini, de traje y corbata, se esforzaba por sacar de la cinta transportadora, maleta a maleta, el equipaje de todo el equipo.
Resultaba increíble: la mayor estrella del fútbol español había quedado para llevar las maletas.
No creo que nadie le obligara. A él nunca se le cayeron los anillos por hacer la labor más ingrata. Probablemente por escenas como esta, se repite hoy una y otra vez eso de “fue un grandísimo futbolista, pero aún una mejor persona”.
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